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Del parasitismo y otras dolencias de las que padecemos

Varios meses, 4 compañeras de piso, un piso, otra matrícula y un trabajo después, ¡vuelvo a escribir! Y no es que quiera tomarme como resolución de año nuevo, pero no cuesta intentar mantener la asiduidad por aquí.

Y ¿qué mejor forma de celebrar la reciente mudanza de piso que plantando la discordia con tu nuevo compañero?

Bromas a parte, y dejando claro que estoy encantada con mi compañero, empiezo:

“La vida nos dio la vida. Y nosotros tenemos el deber de vivirla.”

Así finalizaba José Luis Sanpedro una entrevista que yo veía otro día en La Sexta. La frase me dejó pensando, aunque, inmediatamente, mi reacción fue el desacuerdo. La idea de obligación, implícita en el “deber” tan rotundo de Sampedro, me pareció ir de encuentro a una idea que, para mi, es un derecho básico: vivir la vida como a cada una le de las ganas. Y, para arrematar, cuando expresé mi opinión contraria, mi compañero de piso, que también veía la entrevista (vale resaltar que ambos vimos apenas el bloque final de la entrevista), dijo que pensaba lo mismo que Sampedro y lo justificó con el siguiente argumento (lo pongo en itálica y entre comillas, aunque la cita no es exactamente textual):

“Lo que pasa es que muchas personas no hacen nada y apenas se aprovechan de lo que producen los demás, convirtiéndose en verdaderos parásitos. Lo que, infelizmente, es la gran mayoría de nosotros.”

“Estoy de acuerdo contigo en este aspecto”, contra-argumenté, “pero, aún así, cada persona tiene derecho a vivir la vida como quiera… además, cada persona ejerce alguna influencia, por más mínima que sea”.

“Yo ya no creo en las personas”, concluyó mi compañero.

A lo mejor debería volver un poco al principio de todo y contextualizar lo que dijo José Luis Sampedro.

Cuando empezó el último bloque de la entrevista, Sampedro y el chico que lo entrevistaba hablaban de la política del miedo, que hace con que las personas se conformen con la situación actual. Sampedro también comentaba sobre como el miedo, aliado a discursos de carácter personal por parte de representantes políticos, nos quita la libertad. Citó, de hecho, el caso de la Ley de la interrupción voluntaria del embarazo, diciendo que un político no puede querer revocarla simplemente porque a él no le parece bien el aborto. Como representante social, tus intereses no pueden ir delante de tu obligación en salvaguardar los derechos de la ciudadanía (más o menos eso decía Sampedro, pero dejo claro que es mi interpretación y no necesariamente soy de las que levantan la bandera de la imparcialidad).
Luego, si no me falla la memoria, el entrevistador le preguntó cuales eran las opciones que teníamos, frente a esa política del miedo. A lo que Sampedro le contestó diciendo que ya le importaba un pepino todo eso (ahora sí, palabras suyas, aunque, otra vez, no 100% exactas). Que, en ese momento, ya no le importaba morirse. Pero sabe lo cuanto él es importante para su esposa. Lo cuanto le haría falta a ella y que, por eso, le parecía importante a él seguir viviendo. Fue, entonces, cuando sacó lo de que tenemos la obligación de vivir nuestras vidas.

A parte de mi opinión contraria cuanto al “deber a vivir la vida”, el comentario me pareció muy esencialista y paternalista. Pero igual es que tengo una interpretación muy textual de todo.

Y,  siguiendo con mi interpretación al pie de la letra, lo primero que me salió fue que ¡cada persona que viva, o no, su vida! Fue cuando mi compañero dijo que no pensaba que Sampedro se refería a eso y sacó el comentario del parásito.

Y así fue que me puse a pensar en esa supuesta obligación de vivir y, sobretodo, en los parásitos.

Primero, al principio dije que estaba de acuerdo con que hay gente que no hace nada. Pero, luego me contradije, diciendo que creo que cada persona ejerce alguna influencia. Esa contradicción refleja la serie de preguntas que me hice yo en mi cabeza desde ese episodio.

“¿De verdad existen parásitos?”

“Si sí, ¿cumplen los parásitos con alguna función social?”

“¿O es que la idea misma de que haya parásitos sociales es un concepto capitalista que ve a los seres humanos como muelles de producción masiva?”

“¿Es que el esfuerzo en sobrevivir ya no es hacer algo?”

“¿Somos parásitos  la gran mayoría?”

“¿Pero la gran mayoría no son justamente las personas que han sido privadas de oportunidades y que, a lo mejor, por eso es que producen menos de lo que se espera la economía capitalista?”

“De ser un concepto capitalista, ¿le interesa al capitalismo que exista la figura del parásito para que existan las demás personas que se sientan en la ‘obligación de vivir’?”

Por último, tampoco quiero ser paternalista yo y quitarle agencia y también responsabilidad a las personas (¿o serán parásitos sociales?), creyendo que todo es culpa de una sociedad salvajemente consumista y orientada a la producción de más y más bienes de consumo. Las personas, parásitos o no, también aceptamos, en cierta medida, nuestro papel en la relación dominador-dominado.

Y de ahí me va saliendo ya la vena de lo que voy, poco a poco, aprendiendo de Foucault, quien habla de relaciones de poder, no de poder, y de como en esas relaciones siempre hay un cierto grado de cumplimiento y aceptación de las personas que están sumisas al poder. De la misma forma que defiende que, como condición para las relaciones de poder está la existencia de puntos de insubordinación, una cierta obstinación por los principios de libertad.

Lejos de mí querer osar contestar a todas esas preguntas. Suficiente locura ya fue planteármelas y rayarme con eso, al punto de parar con mi calvario diario – ¡la tesina! – para sacarme todo eso fuera a las 11 de la noche. No. La idea es compartir lo que me hizo pensar. Dale forma escrita a esa sucesión de dudas que se me ocurren. Y que vinieron con un punto de angustia, tal vez. El término “parásito” tiene una connotación negativa socialmente y creo que me molesta pensar que seamos capaces de referirnos a otras personas de esa forma.

¡Ahí está! Si me provoca un cierto malestar, pienso que será porque realmente no creo en la idea de que muchas personas apenas se acomodan en la posición de aprovecharse de lo que hacen las demás. Y por más que me pueda molestar ver que hay personas que prefieren pasar de largo de muchas de las cuestiones que yo considero importantes y optan por vivir sus vidas en burbujas o inmersas en futilidades, no creo que esas personas sean parásitos. Creo, sí, que viven y ratifican diariamente su postura de sujetos sumisos en las dichosas relaciones de poder. De la misma forma que también pienso que siguen cumpliendo con su función de mayoría subordinada debido a lo que el mismo Foucault llama de discursos disciplinarios, a través de las instituciones que nos adiestran: familia, escuela, religión, trabajo etc.

Por lo tanto, no veo la existencia de parásitos, veo una masa domesticada que somos y ávidas creyentes del discurso disciplinario mor: la democracia. Lo que, al final, parece haber sido la forma estrella de ejercer la dominación en las relaciones de poder: hacernos creer que somos nosotras quienes decidimos.

Pero es verdad que existen los discursos alternativos. Y contra toda la idea de una sociedad inerte y disciplinada, opto por creer en los puntos de insubordinación de los que habla Foucault. Y, además de creer, hacerlos posibles de alguna forma, sea como sea y aunque puedan parecer acciones mínimas. Y difundirlos y hacerlos fluir por las redes. Porque puede que muchas personas decidan seguir en sus posturas de sumisión y mantenerse en sus cegueras. Y otras decidan que ya no merece la pena creer en la insubordinación o en las pequeñas influencias. Pero, como dijo José Saramago, “la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde ya se haya acabado la esperanza”.