Hambre

Leyendo a Francesca Gargallo hablar de Marian Pessah, de que ella no se averguënza de la palabra amor, no pude más que convulsionar en palabras hambrientas.

¡Hambre de amor!
¡De amar!
De desatar nudos
los nudos de los entredichos.

Hambre de desabrochar la carne
olvidar este perverso juego
y tirarme al sudor y a las sábanas.

Hambre de saliva.
Saliva caliente
que abona el cuerpo
dispersa la mente.

Tengo hambre de no tener que justificar lo obvio
ni obviar lo claro.

Hambre de no pasar desapercibida.
¡Porque mis piernas quieren lazos!

Hambre del té de la mañana siguiente.
De partir sin sobredimensionar expectativas
pero expectante por la próxima despedida.

Hambre de ser apenas yo.
Apenas ser.
Y de que tú seas apenas tú.
Y que no se construyan más que este ser y estar.
Sin privaciones.
Sin acciones comedidas.
¿Por qué contener?

¡Tengo hambre de no tener que ocultar el hambre!
¡Es mi voz la que grita!
¡Son mis ojos los que miran!

Tengo hambre
y no quiero dar paso a medias palabras
ni sensaciones dosificadas.

Tengo hambre
¡y mi cuerpo revoluciona!
¡Está en ebulición desde hace mucho!

Y no espero por placeres
más que los que yo misma me pueda proporcionar.
Pero te ofrezco mi banquete
y compartir lo que aquí he de cenar.

Desconozco la autoría. Es una de esas tantas imágenes que van rulando por las redes sociales.